Un feliz desorden del tiempo // work in progress
En los últimos diez años, el mundo ha sido testigo de un inquietante resurgir del ultranacionalismo. Políticos y gobiernos populistas han logrado seducir a amplios sectores del electorado mediante la exaltación del sentimiento nacional, presentando una identidad cerrada, excluyente y fuertemente anclada al territorio.
Esta relación entre identidad y lugar tiene raíces profundas en el Romanticismo, donde surge una visión idealizada del paisaje y el patrimonio cultural como reflejo del alma colectiva. Sin embargo, es en la primera mitad del siglo XX —especialmente en Europa— cuando esas narrativas románticas fueron instrumentalizadas para justificar la llegada al poder de regímenes autoritarios. Hoy, un siglo más tarde, asistimos al retorno de aquellas retóricas, adaptadas al lenguaje de nuestro tiempo pero igual de efectivas en su capacidad de movilización.
Un feliz desorden del tiempo es un proyecto fotográfico en desarrollo que se propone cuestionar las nociones tradicionales de identidad nacional a través de un lenguaje visual intencionalmente influenciado por la estética romántica. Centrado en varios países del Mediterráneo —hasta ahora, España, Marruecos, Italia y Grecia—, el proyecto busca explorar cómo el patrimonio cultural y natural, lejos de ser únicamente un decorado, actúan como agentes activos en la construcción de la identidad contemporánea. Frente a los discursos que simplifican y reducen la historia a una sucesión de hitos gloriosos, esta propuesta apuesta por una visión plural, compleja y, a veces, contradictoria. No se trata de glorificar monumentos ni fechas, sino de abrir espacio a la multiplicidad de narrativas que habitan los territorios, y de poner en valor lo que compartimos más allá de las fronteras impuestas. Las imágenes trascienden el documento, encarnando esa tensión entre pasado y presente mediante su propia materialidad. A través de técnicas experimentales de impresión y transferencia sobre superficies como el mármol, el cobre o el espejo, las fotografías adquieren una dimensión física que las aleja del soporte convencional. Estos materiales, cargados de memoria y connotaciones históricas, dialogan con los orígenes de la fotografía —el daguerrotipo, el colodión—, y con otras formas artísticas románticas como la pintura o la escultura. Cada pieza se convierte así en un objeto único, que invita a la contemplación lenta y a la reflexión emocional. La elección de estas superficies no es casual: su peso, su textura, su fragilidad o su resistencia, hablan también de los procesos de construcción y deconstrucción de la identidad.
Un feliz desorden del tiempo es, en esencia, un viaje. Un recorrido no lineal ni jerárquico hacia un territorio sin entidad política, donde los países representados se confunden hasta fusionarse, y donde las épocas y las culturas se entrelazan en una arqueología visual que va desde la prehistoria hasta la Edad Moderna. Una invitación a repensar lo que entendemos por herencia, por pertenencia, por identidad. Y, sobre todo, a imaginar otras formas de habitar el pasado desde el presente.

















